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En el caso más desesperado, la obra aparece bajo la forma absolutamente indescifrable del más ínfimo, del más absurdo de los objetos.

Quisiera detenerme un poco sobre este último caso, en el que Kafka, curiosamente, personifica su obra en un objeto llamado Odradek, una bobina de hilos enredados que, hecha de una materia indefinible y dotada de una especie de vida, responde cuando se le llama por su nombre y es incluso capaz de reír. El relato del que Odradek es el héroe se llama Las Preocupaciones de un Padre de Familia.

Forma parte del libro Un Médico Rural y fue escrito durante el invierno de 1916-1917. Cosa curiosa, contiene una alusión muy clara a la tuberculosis de Kafka, que sin embargo no se declararía hasta el mes de julio de este mismo año. Y contiene otra, más velada, a los sentimientos de Kafka experimentaba respecto a su propia creación y que, entre otras razones, sin duda le condujeron a condenar, ya que no a destruir personalmente, toda la parte póstuma de la obra.

En efecto, después de haber discutido el doble origen checo y alemán de la palabra Odradek, palabra por supuesto completamente imaginaria, el padre de familia, con el que Kafka puede identificarse aquí, puesto que él también es padre de su obra, describe el objeto familiar y sin embargo inasible que asedia su casa y que es, en suma, el “genio” del lugar. Es una bobina plana, en forma de estrella –alusión al tercer origen del objeto, el judío- hecha de fílamentos de todos los colores y de todas cualidades, enlazadas en sus extremos y enredados. Odradek anda y habla, o más exactamente, cojea apoyándose en un extremo de su estrella y sabe apenas identificarse. Odradek también puede reír, pero su risa es como la que se produciría sin pulmones, inhumana, y por tanto, ni trágica ni cómica, ni seria, ni alegre –en suma, la risa que provoca lo que se ha dado en llamar desafortunadamente el humor de Kafka. “Estaría tentado, dice el padre de familia, de creer que este sistema tuvo en otro tiempo una forma útil y que ahora es una cosa rota. Pero sin duda sería un error, o al menos, nada revela que esto deba ser así. No se perciben empalmes ni fisuras que permitan pensarlo: el conjunto parece absurdo, pero completo en su género”. Este pequeño “genio” al que se trata como a un niño, y ello sucede –dice el narrador- aunque sólo fuere a causa de su pequeño tamaño, no mora en las estancias habitadas de la casa, sino en el granero –dicho de otra manera, en las alturas-, o también en la escalera, los corredores o el vestíbulo, es decir, en los lugares que comunican a las habitaciones entre sí y a la casa con el exterior. Desaparece durante meses, pero siempre vuelve, como la inspiración, que es caprichosa, imprevisible y, sin que se sepa por qué, fiel pese a todo. En su calidad de cosa compuesta, semi-viviente, semi-inanimada, absurda, sin origen definido, ni fin, ni futuro, Odradek parece pertenecer a un espacio intermediario del que la propia muerte está excluida, Y el pensamiento de esta eternidad inspira al padre de familia un melancólico ensueño.

“En vano me pregunto qué será de él. ¿Puede, acaso, morir? No hay nada que muera sin haber tenido una especie de objetivo, una especie de actividad que haya sido utilizada; no es este el caso de Odradek. ¿Seguirá descendiendo la escalera, arrastrando tras de sí sus filamentos, ante mis hijos y los hijos de mis hijos? Sin duda, no molesta a nadie; pero la idea de que deba sobrevivirme me es casi dolorosa.”

Quisiera no examinar con torpe énfasis este texto admirable, tan preciso en su enunciado poético que la exégesis es positivamente impía. Pero Kafka, como es sabido, exigió a su amigo Max Brod que destruyera todos sus papeles póstumos, sin leerlos ni entregárselos a nadie, y desde hace treinta años la crítica se interroga sobre esta extraña voluntad que, a la vista de la conciencia que Kafka tenía de su gran valor, parece en general paradójica, si no incomprensible. Sin embargo, ¿no se encuentra la clave en su obra misma, en estos relatos en los que la literatura es ella misma su propio espejo y, singularmente, en este Preocupaciones de un Padre de Familia en el que Kafka, en términos alusivos, pero a fin de cuentas transparentes, hace melancólicamente la crítica de su arte? Como los escritos de su autor, Odradek participa de dos lenguas y se apoya en tres culturas diferentes –la alemana, la checa y la judía-, sin por ello poder reivindicar ninguna. Es híbrido y disparatado, hecho de hilos rotos que se anudan, se mezclan y no conducen a ninguna parte: es la imagen que Kafka se hacía de sus innumerables fragmentos que, de hecho, componen un extraordinario laberinto en el que el hilo conductor parece escaparse constantemente, y que, verdaderamente, parecen perfectos en su género, pese a su aire indescifrable y a su ausencia de fin. Absurdo, inútil, solitario, Odradek obtiene parte de su misterio de su naturaleza infantil y en cierta manera inmortal, mientras que su risa “sin pulmones” remite a una especie de cielo helado donde se anularían todos los contrarios, a una promesa de eternidad triste de la que Kafka dice que le hace casi daño. Observad que “casi”, lo que explica que Kafka, pese a todo, no haya destruido su obra personalmente, y en último término justifica la decisión de Max Brod de salvar a Odradek de la nada, transgrediendo la prohibición de su amigo.



Marthe Robert

Acerca de Kafka, acerca de Freud. Ed. Anagrama, Barcelona, 1980



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