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En las estructuras sociales la relación entre mundo y niñez o mundo y hombre, parecen acercarse inevitablemente; la llamada educación, que obligaba a cierta dieta moral en la que exhibir las crueldades de la diferenciación no se define en términos de bueno o malo, sino de prejuicio o no prejuicio.
Hoy, romper las estructuras es un arte que tiene perseguidos y perseguidores a la manera cortazariana, en el texto de Sergio Fombona, del número 28 de la revista Odradek, la ruptura está en el propio texto, donde el comienzo es el título, no parte del texto, sino su comienzo. El autor emprende la ruptura del género, que en su forma canónica toma al título como una especie de presentación o de individualización sin el cual el texto sigue existiendo, el título no es integrante del texto; si en un cuento todas sus partes son importantes y precisas al mejor estilo de Quiroga, donde las ficciones se vuelven reales; en esta propuesta las partes se hacen imprescindibles desde el título. Sin el título no existe el texto. En esa estructura, la construcción como mosaico comienza con esa enunciación: "Las minorías son vengativas". Después como avanzando en un damero, aparecen las relaciones entre el prejuicio y el que emite el prejuicio, construyendo una vulnerabilidad entre el enunciado y el que enuncia como si el texto y el argumento se enfrentaran uno a otro. Hice el ejercicio de cambiar el narrador, de sacarlo del monólogo interior y colocarlo en fuentes alternativas, de cambiarle el género, de imaginarle edades diferentes y el esquema se estructuró renovado, pero igual, pero no pude mudarlo de época debido a la mención de dos hechos exhibidos como culpa cultural, la cultura de la imagen es uno, el otro, invito a descubrirlo, como un guiño al lector. Es como un juego revelar las pistas de este texto, fluctuante en el margen entre arrancarnos una sonrisa y un estremecimiento.








Este blog se mantiene con escritores de la Revista Odradek



Siempre he pensado que la relación entre la palabra quemar y libros, está afectada de un imaginario colectivo negativo, no sólo en la literatura por el famoso texto de Bradbury, Fahrenheit 451 sino porque quemar libros es y siempre ha sido un método sistemático utilizado por dictaduras, procesos políticos y religiosos como una práctica que pretende hacer desaparecer ideas y someter pueblos.
En la era digital tal cosa es impensable, de manera que esas palabras fueron perdiendo ese síntoma de tragedia que suele impactar sobre los que amamos los libros como que si fueran misiles.
En el texto de Adrián Drut, “Flesh wound”, número 28 de la revista Odradek el planteo es diferente, desde el título que me gustó definir como: “algo que penetra el cuerpo a través de la piel afectando órganos y huesos”, (definición de lo que espero que me provoque un texto) , que ya debería estremecernos, y hasta el fin del texto que es, si se quiere, un acto oscuro de perversa agitación.
Hace rato que admito que me entrego al mundo plano de los libros con sentimiento más o menos temerario, aunque convencida que todo texto es cierto solo para el texto, entrar y salir del texto de Adrián Drut me produjo jet lag. Sin duda compartimos con el autor las suturas, aunque mis costuras se encuentran en el alfabeto de los ojos que al pasar por los vocablos me provocan torceduras, torsiones y distorsiones de los mensajes. Y aunque no se pueden ver los suspiros, las resistencias, el encrespamiento y retorno de las palabras que, aunque escritas, dejan oír una voz ascendente e inquieta, la quemadura se enrosca en los músculos, en las ideas, en los órganos, dejando su cuño como si una fuera tan frágil y sumisa, como el papel.
Soy una convaleciente recomendando a otro convaleciente, espeluznante texto de Adrián Drut, en el número 28, un texto en donde el cuerpo es tomado por la palabra, literalmente.

Ana Abregú

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En el texto de Roberto Gárriz, la escenificación de tales palabras para un escritor se desenvuelve en el contexto que el personaje percibe luego de la comunicación editorial de una reducción de personal; tales palabras se transforman en la sustancia de la escritura, en la construcción misma de las frases que el personaje percibe como una distorsión, un desplazamiento entre lo inadecuado del planteo que la editorial propone ,y el mundo visual en que el personaje se introduce luego de esa propuesta sin apelación. Los mendigos. El sarcasmo no es obvio, pero no por sutil, sino por epopéyico, la propuesta me hizo pensar en Diógenes de Sinope, un filósofo que usaba su arte para mendigar y que para obtener algo de aquéllos a quienes no podía exigir, se servía de diversos procedimientos, en el texto de Gárriz yo interpreté algo como, “Todos los mendigos escriben, los mendigos son escritores, y los mendigos comparten cosas, luego los escritores son mendigos”, y de una forma u otra evitar mediante el método cínico, enfrentarse a la imposible negativa de la empresa en la cual lo involucran: “Periodismo cultural de investigación”, tal el título del texto. La frase de Diógenes: “Todo es de los dioses; los dioses son amigos de los sabios, y los amigos comparten las cosas; luego todo es de los sabios”, significa que el sabio, que por supuesto, no es otro que el filósofo cínico, es un ser semejante a los dioses por saber vivir fácilmente y sin precisar nada de otros. La mendicidad es muestra de autosuficiencia, concepto básico del pensamiento diogénico, que en el texto de Gárriz me hace ver una relación entre escritor y Dios, o entre mendigo y escritor, tengo la impresión que detrás de esta supuesta coincidencia de sentidos, hay algo mucho más importante de lo que me temía, citando al autor.
Dejo al lector revelar este enigma en el texto de Roberto Gárriz del número 27 de la revista Odradek.

Ana Abregu
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Odradek ha nacido breve. Al tocarla, hace ruido de hoja impresa. Es que justamente es una hoja con sus dos lados cubiertos de escritura, de modo que al girarla, los lados desaparecen. El conjunto puede sostenerse con las manos, pero no es únicamente una hoja escrita. Más bien se trata de pedazos de hilos de pensamientos. De hilvanes y de hilachas sobre una hoja grande, una sola.
A veces sentimos la tentación de creer que llegará a adoptar una figura más razonable y que ahora está incompleta. ¿Acaso seguirá rodando por los lugares donde se la encuentra, arrastrando los ojos de nuestros amigos, de nuestros vecinos, y de los amigos y vecinos de nuestros hijos? No tenemos pistas en este sentido.
Odradek no es pequeña. Y no parece que le haga mal a nadie.


Nora Martínez

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