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Uno de los aspectos de la lectura de textos, es el relato de los nombres.
Parte de la narración, y creo, una práctica que lamentablemente va desapareciendo, es contarles a los otros lectores lo que entendió, o supuso, o imaginó, o creyó, respecto a lo que se refiere en un relato, pero no en formato de crítica literaria, sino en el formato personal, lo que le invoca a cada uno, en referencia a la propia historia del lector.
Ya se habrán acostumbrado a mis propios comentarios, con que vengo indagando en los textos de la revista Odradek, a tientas, y descaradamente.
Entre mis observaciones, por una razón que no sé si puedo explicar, me interesan especialmente los nombres.
Soy una lectora de nombres, es usual para mí preguntarme por qué tal personaje se llama de tal manera, por qué el Quijote se llama Alonso, por ejemplo, o por qué, en la biblioteca trabaja Betty y no Mirta, y así.
Es una ocupación ingrata, claro, porque el relato del nombre de los personajes en general, es otro relato que probablemente conducirá a otro relato.
En lo que respecta a esta inquietud, creo, es una manía que me viene desde que nací, porque mi propio nombre se debe al personaje de una novela, tal como mi propia madre se ha encargado de contarme desde la primera vez que me pregunté por qué me llamo como me llamo.
El nombre, en cualquier caso, es para la realidad como una transfiguración, de ese modo a veces se nos ocurre decir que tal o cual no tiene cara de Betty o de Washington.
De esa manera, amamos u odiamos personajes sugeridos por la huella del nombre, ya sea que conocemos un villano o una buena persona que porte el nombre que comparten con un personaje.
Sin embargo hay todo un grupo de nombres que son inocentes de este origen en el mundo real, sino que tienen origen en la literatura, por ejemplo, ya nadie puede llamarse Gregorio, ni en la realidad ni en la ficción sin quedar pegado a Kafka, ni, tal vez, el estigma de ser convertido en insecto mentalmente por muchos, y tal vez, no tan mentalmente.
Me parece, que en base a estas inquietudes, los libros se me van convirtiendo en un compendio de genealogía de nombres; de hecho, debería haber un diccionario de nombres, pero no en base a su significado, sino a su linaje literario.
Por ejemplo, quién puede leer a Mariano Quintero, sin encontrar connotaciones en Washington Sondon; la reverberancia de ese nombre es casi un valor extra en los textos de este autor, cuentan cosas que el autor tiene fiaca de explicar, o que aprovecha, debido a las limitaciones del espacio.
Entre las curiosidades de la revista Odradek, quizás los lectores no saben que cada texto está limitado a 2000 caracteres, esto implica una dificultad extra, para los que se dan cuenta que es complicado expresar una idea en un número tan definido en extensión, sin embargo, uno de los trucos para exceder ese limite, es sin duda el uso de los nombres.
Cada nombre, extiende el aroma del relato y su significado, y orbita el relato tan profundamente que en muchos casos es difícil reconocer cual es el personaje y cual el autor, e incluso tuerce la idea sobre algunos relatos, tal el caso de Frankestein que algunos creen que es el monstruo cuando en realidad es el doctor que lo crea.
Creo que me excedí en mis divagaciones, pero en realidad, lo que quería comentar es que: cuando los nombres de los autores son los que irrumpen la trama del relato hay, en esa intromisión, una serie de connotaciones que devienen del conocimiento del autor que es usualmente un señalamiento sobre sus características, que a los lectores, quizás les resulta críptico.
En el número 38 de la revista Odradek, prolifera en indicios sobre los autores.
Es casi un número confesional o delatorio, aún no lo decido.





Este blog se mantiene con escritores de la Revista Odradek

1 Comment:

  1. furgoner said...
    buen dia
    un cuento de german garcia inspiró esta mañana
    http://furgoner.blogspot.com/
    gracias

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