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En señal de protesta, leo al revés.
Caminé de arriba a abajo, izquierda, derecha, diagonal, estoy segura que hasta levité, y no encontré la revista Odradek, la feria viene en decadencia, si no se puede encontrar allí una de las mejores publicaciones de cuentos, es porque los organizadores deben reestructurar las estrategias de exposición de literatura.
La feria está cada vez más bizarra.
Me crucé con Carlos Gamerro, nuestras miradas se encontraron por un segundo, y mientras la mía, lo miraba a él, la de él me atravesaba a mí; yo, por supuesto completamente invisible.
Cuento esto como introducción para decir por qué lo recomiendo en este momento, la respuesta más sencilla porque da la casualidad que lo vi, leí sus novelas en el orden: "El secreto y las voces", que me gustó tanto que me llevó a la segunda novela, "Los sueños del señor Juez", que definitivamente me encantó, y que me llevó a "Las islas", que no sólo me fascinó sino que hice extensivo este entusiasmo regalando el libro a amigos, y me condujo a "La aventura de los bustos de eva", en la que definitivamente realicé el diagnóstico de que Gamerro está loco, menos mal.
Luego leí su libro de cuentos, que también me gustó.
Coincidiendo, en el mismo espacio, se encontraba Narosky. Ellos no lo notaron, claro, pero por un segundo el universo, en un predio de 5 metros a nuestro alrededor coincidieron Narosky, Gamerro y Ana Abregú.
Para no dejar ese evento como la insinuación de un triángulo amoroso, me gustaría especular con que en realidad es una metáfora literaria, un extremo N., en el medio A., en el otro G.
La historia se contaría así: El lugar geométrico de todos los puntos del plano tal que para llegar de N. a A. hay una curva definida por una equis a enésima potencia, para los distraídos, es la definición de una curva infinita, y para ir del punto A. al G, probablemente una hipálage, o hipérbole, o para llegar de N. a G., directamente cambiar de planeta.
Hubo otros escritores, claro, pero yo prefiero relatar lo importante, me acerqué al stand de La Flor, y no encontré otro hito que se puede contar como valor prendario de Odradek, el libro de Roberto Gárriz, “Echándonos de menos”, aunque eso puede no indicar que no estaba, ya que la cantidad de gente me impidió revisar bien; sin embargo pude ver, echado tranquilamente leyendo a Divinsky, dentro de la cabinita esa donde se supone que deberían estar firmando los autores, en ese momento vacío, me gustaría que quedara escrito que imaginé que leía a Gárriz.
Entre otras cosas, en el stand de Fondo de Cultura Económica, hay libros de Salvador Elizondo por 9 pesos, de Vicente Leñero, y de otros, pero en especial quiero recomendar ese pequeño compendio de maravillitas que es “El grafógrafo” de Elizondo, aunque de ese autor, lo que más me gustó es “El hipogeo secreto”.
Hay un stand de España, de una editorial que expone, pero que no vende, en donde me indicaron está de próxima aparición un libro de Ignacio Padilla, el autor de la maravillosa “Anphitrion”. Estaremos esperando.
Luego, en el stand de chile, recomiendo hoy mismo comprar los de Diamela Eltit, que no se venden aquí, y que por alguna misteriosa razón suelen traer uno o dos ejemplares que se acaban los primero días de al feria, ya me pasó ir los últimos días, por las supuestas ofertas y encontrar la devastación triste del stand.
Conseguí “Lumpéria” de la Eltit, y un libro de Pedro Lemebel, “Serenata Cafiola” , cuyos libros “Loco Afán”, “Tengo miedo torero”, tanto me impresionaron.
Si alguien tiene algo que sugerirme me encantaría que aportara, después de todo la mística de la feria, tiene que mantenerse para que otros autores puedan aparecer aunque sea camufladas, como yo misma.
Me vi en el stand de Tusquets, en un librito de un concurso que gané hace años, un texto viejísimo; lo ví por primera vez hace tiempo, y yo, sorprendida, en ese momento, ganada por un entusiasmo sobredimensionado por un texto de 10 líneas, expuesto así, le dije al que cuidada que no roben libros: mirá en este, estoy publicada yo, ante lo que el tipo me miró con la cara más expresiva que recibí en mi vida de: a mí qué me importa.
El caso es que desde entonces, siempre visito el stand; pero el libro es astuto, cuando aparezco con alguien para que casualmente yo voltee la mirada y diga: ah, mirá, aquí me publicaron, porque la casualidad tiene buena prensa, pero en realidad hay que ayudarla un poco, tal cosa nunca ocurrió; siempre que iba con alguien el libro se escondía, cuando volvía sola, ahí aparecía.
Ayer, me encontré con un amigo, de casualidad en el propio stand, ya había ocurrido el rito de observar si el dichoso librito estaba allí y efectivamente, estaba, así que dejando de lado el montaje de la casualidad, tan ensayado durante aceitados años, lo agarré del brazo y lo arrastré para mostrarle el libro, ante lo cual, si bien sonrió, me dijo: ¿y te pagan derechos de autor cada vez que lo venden?, frase, que por supuesto desinfló completamente mi exaltación.
La feria se viene mal este año, viene bizarra.

Ana Abregú

Este blog se mantiene con escritores de la Revista Odradek


El clima del texto de Maria Martha Gigena, "Nota de reclamo", siempre que su recurrente protagonista Betty se hace presente en la revista Odradek, y esta vez ocurrió en la número 32, me ha gustado; en esta ocasión, además hay lluvia, que se presta precisamente para estar en una biblioteca al abrigo de libros.
Betty lee en su libretita negra; color y tamaño y letra personal, sugieren que la protagonista escribe, aunque en esta ocasión lee.
No pude dejar de notar, con cierta melancolía, que Betty llega a su trabajo, y entre el acto de abrir su libretita, comenzar a leer y levantar la vista, ya es la hora del cierre.
Trataba de encontrar el modo de expresar el tiempo en el medio, que pareció perderse, como es tan común en los escritores. Los espacios de supuesto vacío, que en su realidad están complejamente incompletos, entre la biblioteca y el clima del libro, o de su contenido, mientras que en alguna realidad, desaparece el tiempo ausente.
Entre las coincidencias y desencuentros de las cosas, las olvidadas o las encontradas, hubo una persona que desapareció en la grieta de una pequeña libreta negra, y el tiempo se hizo un pliegue en el medio.
Se ha oído decir que los escritores sienten que no viven la vida, sino que la observan, pero yo siempre he tenido la impresión que lo que ocurre es que traspasamos a esa otra realidad de los textos de los que volvemos convertidos en un organismo diferente, como si dentro de ellos ocurriera una mutación, y retornara otro ser; como si la literatura fuera una fisura que permite los deslizamientos en el tiempo.
Ya nos habíamos encontrado con Betty, allá por octubre del 2008, en el número 27 de la revista Odradek, entre aquel entonces y este nos unían Jakobson versus Jacobson, así, como en la libretita, el fuelle del tiempo nos ha encontrado nuevamente con Betty, esta vez sin saberlo, quizás, en un tiempo perdido o un tiempo encontrado, según a quién le pregunten.
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Para empezar tengo que aclarar que esta es una mirada de género, el matrimonio para mi es completamente interracial, conlleva a definir nociones de la individualidad, de la cultura, nivel político y social; aunque la palabra matrimonio no se menciona en el texto “Como una cosa resuelta”, de Germán García, se han involucrado palabras que lo insinúan, al menos en hechos.
Cuando dos personas, deciden formar un enlace estable, legitimado por la voluntad, casi como la experiencia marital, inmediatamente el acerbo cultural coloca la palabra matrimonio en la definición de la relación, aunque en el término riguroso de interracial, se define el color de piel como hecho inherente a la enunciación; para mi, todos los componentes están expuestos en el texto.
Las Violetas como escenario, y un narrador que nos cuenta lo que piensa, nos habla de la situación temporal, trabajadora sexual, vitrales, cliente, albergue transitorio, que ha producido un extraño efecto en este número de la revista Odradek, pues el matrimonio mixto, interracial, intercultural, no se refiere a los personajes de este cuento, sino a la convivencia en el mismo número con el texto de Yanina Bouche, “Flavia”.
Como dos expresiones de mundos opuestos, ambos textos coinciden en un encuentro, matrimonial; por estar en el mismo número, ahora y para siempre y la muerte no separará lo que Odradek ha unido; con las mismas intenciones, como cuando se planea un enlace, aunque con diferentes resoluciones.
En el texto de “Flavia”, las marcas son Facebook, celu, Ohlalá, y otras respuestas.
Parece que en una época, la conjunción de personas y la exposición clara de las intenciones determinaban un resultado, y en otro, la misma situación nos sorprende con otro resultado.
Lo que también es evidente que la relación de los dos textos, forman algo así como una unión étnica, esta pareja, estas dos naranjas, dirimirán sus encuentros y desencuentros con el lector, como arte y parte, que como siempre hacen los de afuera: opinan.
La buena noticia es que en este matrimonio textual, no habrá divorcio, están para siempre relacionados por el número 32 de la revista Odradek.

Ana Abregú

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Vale la pena aprovechar un feriado para dedicarse a releer la obra de Mariano Quintero publicada en Odradek.
Cada texto una isla que va configurando un archipiélago exótico. En el primer número ofrece una crítica gastronómica que se detiene en forma exclusiva en los cubiertos. Luego va alternando distintos géneros, desde la nota de actualidad al ensayo, pasando por la ficción, la crónica deportiva o la elegía, cada número sorprende porque el enfoque nunca responde a cabalidad a la expectativa que el lector entrenado puede esperar.
Quintero reivindica a los hermanos Sofovich, o cita a Sócrates, al Teeteto y a Mirtha Legrand mientras exalta los valores líricos de Rodolfo Zapata. Chancea con Aristófanes y sin despeinarse nombra al Teto Medina.
¿Quién se esconde detrás de este Quintero, un erudito investigador de los clásicos o un teleadicto de los programas de chimentos de la tarde?
¿Y el policial desharrapado que nos regala (tratándose de Odradek, nunca mejor aplicado el término) en el último número? ¿Quién es el tal Washington Sondon? En principio recuerda al personaje de Harvey Kittel en Pulp Fiction, una especie de limpiador que viene a barrer con las pruebas de cualquier delito. Pero este Washington, acaso uruguayo, se encarga de borrar los rastros de una enigmática nota que involucra una verdad respecto a Nacha Guevara –nuevamente el cabotaje se hace presente-. El policial de Quintero del número 32 parece desafiar a las series que tienen a las autopsias como elemento principal. A golpes de risa termina con los CSI volteándoles sus mesas de autopsias.
En “James”, publicado en el número 26 de la revista, había salido airoso de un duro encontronazo con la cultura del Imperio. El veredicto lo dieron, claro, las carcajadas. Pero a medida que se suceden los textos más lejos estamos de encontrar una respuesta que nos consuele acerca de Mariano Quintero. Más parece que la multiplicidad de torsos que no coinciden con las extremidades que aparecen en el último texto, puedan ser una pista válida. Podría ser Quintero uno solo con muchas y muy distintas manos, todas dedicadas a la mejor literatura.
Roberto Gárriz.

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